Cómo encontré el amor en ‘Tinder’ ¡Sorprendente y real!

Cuando tenía 22 años, me encontraba a mitad de la licenciatura y, por consiguiente, en el momento más estresante de la carrera: exámenes, trabajos y ensayos se convirtieron en mi día a día hasta que perdí por completo mi vida social.

Me resultaba un poco extraño que mi mejor amiga de la universidad, quien se encontraba en las mismas clases que yo, llegaba cada lunes a contarme lo bien que se la había pasado conociendo chicos durante el fin de semana.

¿Cómo tenía tiempo para eso? Fácil, había descubierto una aplicación de ligue llamada “Tinder”.

Después de confesármelo, estuvo insistiéndome más de tres semanas para que yo la descargara y comenzara en ese pequeño negocio de citas en línea. Al principio estuve un poco escéptica, pero conforme pasaban los días -y aumentaban los matches– me fui sintiendo más cómoda con la aplicación.

Tuve mi primera cita con un chico de “Tinder” a los dos meses de haber comenzado a utilizar la aplicación y se convirtió en un rotundo fracaso: no hablamos para nada durante la cena y al final, se atrevió a preguntarme si quería ir a un lugar más íntimo para “seguir la fiesta”…

Pasaron 6 meses más de citas en las que conocí a todo tipo de hombres: casados, que pagaban por sexo, los que querían “pasar el rato” y hubo uno que otro que querían ir por “algo bien” pero a pesar de sus intenciones, no me convencían. Al haber fracasado, decidí descansar un tiempo de la aplicación, sin embargo, 8 meses después decidí entrar de nuevo al rodeo, ¿por qué no?

“Las chicas solo quieren divertirse” era la leyenda que tenía mi nuevo perfil. Pensé: “si ellos solo buscan diversión, ¿por qué yo no?” y cambié mis lugares habituales de encuentro por salidas a antros y bares de la ciudad, que ya de principio eran mucho más divertido que ir al cine o a cenar.

Un viernes por la mañana recibí un mensaje de un chico con el que hice match la noche anterior “¿Estás bien?” preguntaba. “¿Qué te sucede? ¡Por supuesto que estoy bien”, respondí. En ese momento recibí otro mensaje disculpándose ya que en realidad quería saber cómo me encontraba en ese momento. Me reí dentro de mi, fue un gesto que me enterneció demasiado así que seguí con la conversación.

Ese mismo día, me pidió mi número de teléfono. Se lo dí con gusto. A las once de la noche me llamó para invitarme a salir. La mayoría de las veces, prolongo los encuentros hasta sentirme en confianza con ellos, sin embargo, en esta ocasión -no sé si fue porque platicamos durante más de dos horas- accedí a salir con él.

Confieso que el día de la cita me encontraba nerviosísima, me invitó a cenar sushi y tuvimos una plática interminable. Me quedé sorprendida con la química que tuvimos; en mi cabeza rogaba que me pida una segunda cita. Y para mi sorpresa, lo hizo… Estuvimos así los siguientes tres meses.

Tal vez fue porque me encontraba en una etapa de mi vida en la que me sentía preparada para entablar una relación madura con alguien o la química que tuvimos fue grandiosa, pero sentí que comenzaba a enamorarme poco a poco de él, hasta que un día me pidió que formalicemos la relación.

De esta historia, han pasado dos años. Ahora, a mis 26, me encuentro trabajando en el lugar que ansiaba y como era de esperarse, enamoradísima y a punto de casarme con ese hombre maravilloso que conocí en “Tinder”.

A veces hay días que aún no me la creo… Pero es real y ¡soy feliz!