Cuentos cortos para leerle a tu pequeño antes de dormir

Cuentos cortos infantiles

 

Los cuentos cortos infantiles son de los recursos educativos más eficaces y benéficos, ya que no sólo brindan entretenimiento al pequeño, sino que también ayudan a fomentar el gusto por la lectura y desarrollar su imaginación.

Otras ventajas que brindan los cuentos cortos son, la enseña de algún tema en particular y la ayuda que brindan para conciliar el sueño con brevedad.

A continuación, tres cuentos cortos para niños que ayudarán en las noches e inculcarán buenos valores.

 

El elefante fotógrafo

Había una vez un elefante que quería ser fotógrafo. Sus amigos se reían cada vez que le oían decir aquello:

– Qué tontería – decían unos- ¡no hay cámaras de fotos para elefantes!

– Qué pérdida de tiempo -decían los otros- si aquí no hay nada que fotografiar…

Pero el elefante seguía con su ilusión, y poco a poco fue reuniendo trastos y aparatos con los que fabricar una gran cámara de fotos. Tuvo que hacerlo prácticamente todo: desde un botón que se pulsara con la trompa, hasta un objetivo del tamaño del ojo de un elefante, y finalmente un montón de hierros para poder colgarse la cámara sobre la cabeza.

Así que una vez acabada, pudo hacer sus primeras fotos, pero su cámara para elefantes era tan grandota y extraña que parecía una gran y ridícula máscara, y muchos se reían tanto al verle aparecer, que el elefante comenzó a pensar en abandonar su sueño.. Para más desgracia, parecían tener razón los que decían que no había nada que fotografiar en aquel lugar…

Pero no fue así. Resultó que la pinta del elefante con su cámara era tan divertida, que nadie podía dejar de reír al verle, y usando un montón de buen humor, el elefante consiguió divertidísimas e increíbles fotos de todos los animales, siempre alegres y contentos, ¡incluso del malhumorado rino!; de esta forma se convirtió en el fotógrafo oficial de la sabana, y de todas partes acudían los animales para sacarse una sonriente foto para el pasaporte al zoo.

Cuento de: Pedro Pablo Sacristán

 

Cómo aprendieron a viajar las palabras

Hace mucho tiempo no existían las palabras, ni las letras, ni la lectura. Hasta que por arte de magia surgió la primera letra en la cabeza de un niño y luego otra, y otra, hasta llegar a 27.

 Las 27 hermanas estuvieron mucho tiempo encerradas, sin poder salir a conocer el mundo y todas las maravillas que este entrañaba. Un día las letras lograron convencer a la señora “Boca” para que las dejara salir.

La señora Boca sopló con fuerza hasta que escaparon cuatro letras, y se escuchó en el viento la primera palabra “mamá”. Luego de esta palabra aparecieron muchas más en la cabeza de aquel niño inquieto “papá”, “bebé”, y una a una las letras se escapaban por la señora “Boca” (que ya se había convertido en su amiga).

Así fue como aprendieron a viajar las palabras, que saltaban felices de la boca a las orejas de los de niños.

Pero pronto se dieron cuenta de que por mucho que lo intentaban, no lograban llegar tan lejos como querían. Con un grito fuerte y el viento a favor lograban avanzar algunos metros, pero no era suficiente si querían viajar por todo el mundo.

Hasta que las palabras conocieron al señor “Lápiz”, un señor alto y muy delgado que podía pintar cualquier cosa en cualquier sitio.

Este les ayudaba a llegar a otros lugares donde la señora “Boca” no podía, pero igual no encontraba buenos sitios para pintar las letras. Escribía sobre las rocas y los árboles que nadie podía mover, por lo que las palabras quedaban atrapadas para siempre. También sobre la tierra, que luego de que llovía, las hacía desaparecer.

Las palabras estaban a punto de rendirse y aceptar que no podrían viajar más lejos, cuando conocieron al señor  “Papel”. Era muy blanco y ligero, se movía con facilidad por cualquier lugar y estaba dispuesto a ayudarlas. Las palabras habían encontrado al fin una buena forma para viajar.

El señor “Lápiz” escribía sobre el señor “Papel” las palabras que le dictaba la señora “Boca”. Y así fue como viajaron al otro lado del mundo en grandes travesías sin perderse.

Por fin pudiendo leerlas muchos niños más que las desconocían.

Cuento de: chiquipedia.com

 

 

La bruja Rapucia y los libros

Hace mucho tiempo, en la época de los dragones y los castillos, corría el rumor de que una bruja tremendamente malvada habitaba en lo alto de una montaña, desde la que podía ver decenas de pequeños pueblos y a todos sus habitantes.

En cambio, a ella nadie la había visto, pero todos habían recibido notas firmadas de su puño y letra. Además, una vez al mes, cuando caía la noche, escuchaban su risa chirriante a lo lejos.

Junto a Rapucia -así se llamaba la bruja-, vivía un dragón que ella manejaba a su antojo.

La bruja estaba convencida de que los libros no servían para nada. Que lo único para lo que servía leer era para perder el tiempo y para que a la gente se le llenase la cabeza de ideas absurdas.

A Rapucia no le bastaba con tener ningún libro en su castillo, sino que no quería que ninguna otra persona leyese. Por eso, usaba a su dragón, que escupía fuego por la boca, para quemar todo libro del que tenía noticia.

Poco a poco, fue pasando el tiempo y las personas de los pueblos cercanos al castillo de Rapucia se olvidaron de leer. Los niños no lo echaban de menos, porque nunca habían tenido un libro entre sus manos.

Pero, lo que no sabía Rapucia es que el dragón, antes de echar fuego para hacer arder aquellos libros, los leía. Era tan habilidoso que Rapucia nunca se había dado cuenta.

Con el paso de los años, el dragón fue siendo consciente de todo lo que estaba aprendiendo con aquellos libros que leía a escondidas. Por eso se propuso acabar con esa situación y permitir que la gente de los pueblos pudiese volver a leer. Entonces decidió engañar a la bruja.

Primero pensó que sería muy difícil, pero en realidad no lo fue tanto. Se inventó la manera de hacerle creer que los libros ardían, aunque en realidad iban a parar a una fosa secreta a donde después acudía el dragón.

Mientras Rapucia dormía, se dedicaba a repartirlos entre las personas del pueblo.

Un día, se le olvidó uno en el castillo y llegó a las manos de la bruja. Como siempre mandaba quemarlos antes de tocarlos siquiera, ella no sabía ni qué era. Pero opto por abrirlo, y en seguida se sintió atrapada por una bonita historia que le recordó su infancia en la escuela de magia y hechicería.

Rapucia notó que lo escrito en el libro hacía retumbar su corazón y desde entonces cambió la opinión que tenía acerca de los ellos y de la lectura.

Cuento de: Silvia García

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