El tsunami femenino que inundó la capital mexicana

 

 

Con la fuerza de un tsunami que lo arrasa todo, así llegaron, como olas, las miles de mujeres a la plancha del Zócalo capitalino, arrasando con todo.

La plaza principal de la Ciudad de México se tiñó de morado y verde; reverberó con gritos y consignas. Se cubrió de hartazgo y furia, de pena y dolor. De fuerza y valor.

Como una ola que se estrella en los riscos, la inmesa ola femenina se fraguó en el Monumento a la Revolución, donde miles de gritos se hicieron una sola voz, un sólo grito: ¡ya basta! a los feminicidios, a las desapariciones, a los abusos, a la desigualdad, a la impunidad. Al machismo.

El transporte público se desbordó, de mujeres que iban a unirse a la lucha; se organizaron contigentes y cedieron la vanguardia a las más importantes del movimiento: las víctimas directas de esta violencia lacerante. Madres que perdieron a sus hijas, hijas que se quedaron sin madres.

Detrás de ellas, las mujeres con discapacidad, las madres con hijos menores de 12 años, grupos feministas de diversa índole, y en la retaguardia contingentes mixtos: sindicatos, organizaciones políticas, y hombres.

A las 14:00 horas de este domingo, la olla exprés estalló, y comenzó la movilización, una marea femenina colmó las principales avenidas de la capital, fue y es la movilización más grande que ha visto la “ciudad de los palacios”.

La marca del contingente fue la furia y la decisión. Sobre avenida Juárez, mujeres por todos lados, adelante, atrás, izquierda, derecha.

En sus voces y se miradas el mensaje era uno: la determinación de ser escuchadas, y sí que lo hicieron. Su grito era ensordecedor, parecían amazonas, pero más fuertes, y reales.
Una consigna tras otra, una denuncia tras otra, un llamado tras otro. La energía era inagotable. Estruendosa.

La mayoría de los comercios habían cerrado las cortinas, y muchos de los monumentos, como el Hemiciclo a Juárez y Bellas Artes estaban rodeados de vallas, así como la Secretaría de Relaciones Exteriores, el Hotel Hilton.

De poco les sirvió: la ira de las más radicales no fue contenida por esas barreras, que se postraron ante ellas y su furia. Encleques rocas que se estrellaron por el impacto de la marea.

Una parada, la primera: en la Monumenta “Vivas nos queremos”, frente al Palacio de Bellas Artes.

Ahí, las madres de hijas asesinadas rogaron justicia y pidieron a las autoridades resolver sus casos, detener a los homicidas. Además, subrayaron, a voz en cuello, que ya no se necesiten más monumentos como ese, dedicados a las muertas.

La marcha continúo. Avanzaron sobre avenida 5 de mayo hasta llegar al Zócalo. Un Zócalo sereno, pero tenso, ya las esperaba, no se imaginaba lo que vendría.

Los turistas paseaban con normalidad y algunas familias disfrutaban la vista. Pero a lo lejos, las consignas precedían a la imagen abrumadora. Aullidos que se hacían más y más fuertes. Un tsunami morado inundó la plaza.

Sobre la plancha, con el Palacio Nacional a sus espaldas, ya estaba instalado un templete donde se llevaría a cabo un mitin.

En todo el trayecto no se había registrado la presencia de un solo policía pero ahora, decenas de elementos resguardaban las sedes del gobierno federal y capitalino, ante cualquier eventualidad. Que las hubo.

Comenzó el discurso. Madre tras madre, cada una con la fotografía de su hija muerta impresa en una lona. Sandra, Nancy, Ericka, Ingrid, Norma, Guadalupe, Lucero, Estefanía, Blanca, Mariana, María. No alcanzaría el tiempo.

Ellas se tomaron casi cuatro horas. Nombre tras nombre. Impunidad tras impunidad. Dolor tras dolor. Y el grito más empático de miles a una sola voz: “¡No estás sola, no estás sola, no estás sola!”

La movilización pacífica se quedó ahí, como un remanso. Metros adelante, el negro y la furia: las encapuchadas, empecinadas en liberar el coraje de la peor forma, comenzaron a derribar las vallas que protegían la Catedral Metropolitana.

Rompieron lámparas y herramientas del equipo de producción que había llevado a cabo el festival “Tiempo de mujeres” un día antes.

Pero eso no sació su furia, solo la hizo más grande. Y así, mientras las madres de hijas asesinadas contaban su tragedia, las encapuchada, cual berserkers femeninas arremetieron contra Palacio Nacional, y en un momento, casi eterno y congelado en el tiempo, una bomba Molotov voló por el aire, y lanzó flamas.

Las lenguas de fuego paralizaron el momento, pero no hubo tiempo de reaccionar, porque volaron una tras otra, hasta cuatro. Todas a unos metros de las puertas del recinto, estallaron a unos metros de la vanguardia de Minervas que resguardaban Palacio.

Elementos de la Brigada Humanitaria Marabunta corrieron a rescatar a las heridas. Algunas mujeres salían del bullicio con quemaduras graves en los brazos y cara. 19 heridas fueron el reporte final de la brigada. Cuatro foto periodistas lesionadas, dos de ellas con quemaduras graves. La autora, una mujer, aún anónima.

Algunas en el templete llamaban a sus compañeras a una manifestación pacífica, pero luego se encendió una fogata en la plancha. Entre el bullicio y los llamados a la calma, el oleaje se fue calmando, conforme subía la Luna al firmamento, la marea bajo. Terminaron los discursos y la gente comenzó a retirarse.

Al filo de las 19:00 horas el templete estaba desierto. Algunas mujeres siguieron alimentando el fuego en la plancha, otras izaron una bandera negra, las encapuchadas insistían en pelearse con los policías, empero, la ola y su atronador rugido, reverberó.- Con información de Notimex